Kaikoura Península
Mi plan inicial era ir al Monte Cook y subir por la costa oeste,
pero el pronóstico del tiempo para esa zona era pésimo, así que cambio de
planes y vuelta a Kaikoura, donde lucía el sol y pudimos cambiarnos a pantalón
corto y camiseta.
Hicimos la ruta de la península, un excelente paseo aéreo con unas vistas sensacionales, y vuelta por abajo, con el premio de las focas tumbadas al sol en las rocas del camino. Una estaba literalmente en todo el medio, había que salirse del trazado para sortearla, pero antes nos quedamos un rato disfrutando de su presencia, hasta que se tiró tres pedos seguidos y soltó una masa rosada por el culo que empezó a apestar inmediatamente. Entonces seguimos marcha. Y vimos más focas, muchas más. El atardecer reflejado en la bahía fue otro de esos momentos que se te quedan en la retina como las imágenes que no olvidarás jamás de este país.
Hicimos la ruta de la península, un excelente paseo aéreo con unas vistas sensacionales, y vuelta por abajo, con el premio de las focas tumbadas al sol en las rocas del camino. Una estaba literalmente en todo el medio, había que salirse del trazado para sortearla, pero antes nos quedamos un rato disfrutando de su presencia, hasta que se tiró tres pedos seguidos y soltó una masa rosada por el culo que empezó a apestar inmediatamente. Entonces seguimos marcha. Y vimos más focas, muchas más. El atardecer reflejado en la bahía fue otro de esos momentos que se te quedan en la retina como las imágenes que no olvidarás jamás de este país.
Queen Charlotte Track
Llegamos a los Marlborough Sounds con parada previa en la
carretera para ver más focas con sus cachorros, y también algunos delfines. En
el i-site de Picton nos buscaron el único alojamiento, que dio la casualidad de
estar exactamente en Portage, el mismo lugar donde me recogió Don en su barco
tres meses antes para llevarme a su casa en la isla en el fiordo, y el mismo
lugar donde pasé tres horas haciendo autostop esperando a que alguien me
recogiera para llevarme a Nelson. Muchos recuerdo, muy intensos. Seguramente
los mejores que tengo de este viaje.
Hicimos un trocito de la Queen Charlotte Track esa misma
tarde. Ruta en la que hay que pagar por atravesar terrenos privados. 12 dólares
por barba y tienes barra libre durante cuatro días, puedes ir donde quieras, o
6 dólares para un solo día y una sola zona. Una vergüenza en mi opinión.
Ponerle puertas al monte y cobrar por disfrutar la naturaleza, que es de todos.
No nos cruzamos ni tres gatos en dos días, y mucho menos un guarda que nos
pidiese el pase.
Es una ruta que viaja por lo alto de las montañas entre los fiordos. Suena a triunfada total, pero ese sector en concreto desde Portage iba tan metido en la vegetación que no se veía nada alrededor. Y cuando por fin se vio algo allí apareció mi isla, con su casa de tejado verde, aquel al que una vez estuve subido para desatascar los canalones. Demasiados recuerdos. Dice Sabina que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Me sentí muy extraño. Este era mi lugar preferido de toda Nueva Zelanda, y quería compartirlo con Ruth. Pero aquel trocito, aquella isla, es solo mío. Fue mi primer autostop, fue una semana de mucha soledad proveniente de mi primera Navidad a solas, y no es compartible. No puede serlo, porque tiene demasiada historia.
Nuestro backpackers era en realidad una casa de dos
habitaciones, con salón y cocina, y era genial. La primera noche había una
chica suiza de no más de veinte años, que estaba viajando sola por Nueva Zelanda
durante unos meses. Si es que en España somos retrasados. Retrasados y
tercermundistas. Los alemanes y los franceses tienen working holiday visas
ilimitadas, todo el que se quiera pirar un año de viaje y trabajar a la vez
sencillamente tiene que solicitarlo y se lo dan. En España tenemos 200.
Doscientas working holiday visa al año, en un país de 47 millones de tíos. Y
nos extraña estar pidiendo dinero a Alemania para pagar las pensiones. Hay que
escuchar hablar inglés a los holandeses, los noruegos, suecos, checos,
alemanes. Somos paletos. Mentira. Nos hacen paletos. Paletos y borregos.
Fáciles de pastorear.
Esta vez eran unos australianos nuestros compis de piso. Un
matrimonio de Perth que nos habló de los tiburones blancos de su país, bichos
de 6 metros -¡¡6 metros!!- de largo y dos de circunferencia. Ojito. Little eye.
Las focas son un snack para ellos y los surfistas un primer plato. Los
australianos ya no estaban cuando nos levantamos por la mañana, toda la casita
a nuestra disposición para disfrutar de un desayuno de lujo en un paraje
brutal. Sigue siendo mi lugar preferido de Nueva Zelanda, del que nos
despedimos visitando varias calitas tranquilísimas e incluso bañándonos en la
última.