Nochevieja

Lo estaba sospechando, pero hoy he terminado de comprender que nunca voy a ser bilingüe. Puedo mejorar el inglés, puedo entender y que me entiendan, puedo llegar a dominarlo, pero nunca lo hablaré correctamente. Me he pasado el último día del año ingleseando con distintos amigos en Auckland, y por la tarde ya me habían corregido muchas veces en palabras que creía tener controladas, siempre del lado de la pronunciación. Es tan sencillo como que existen sonidos que nosotros no tenemos en castellano. Ellos tienen aes que suenan distintas, varias eses diferentes, y una b y una v, mientras que nosotros decimos vecino igual que podríamos decir becino. Sin embargo su violence es con v, y no se puede decir biolence, que es lo que un español siempre pronunciará.

Cada vez que me corregían yo lo repetía inmediatamente y me sonaba exacto a su pronunciación, y sin embargo me volvían a corregir, una y otra vez. Mi oído no escucha la diferencia. No tengo esa frecuencia registrada en mi sistema auditivo. No existe. Tal vez con 20 años tengas capacidad para modificar tu cerebro, pero a mí se me ha pasado el arroz, seguro. Poco a poco voy entendiendo automáticamente sin pasar por el español, es como el crecimiento de un niño, o del pelo, imperceptible a la vista hasta que lo comparas en el tiempo. Mis aspiraciones ahora deben centrarse en hablar con fluidez, sin traducción previa al castellano en la cabeza, practicar y practicar hasta que llegue ese mágico día en que el cerebro hace click y estás hablando en inglés.

Fue un buen último día de 2012, risas y buenos ratos, hasta que todo el mundo tuvo que irse a sus cenas con su gente, y a las 6 de la tarde me encontré solo de repente. No es nada nuevo, es lo que tiene viajar solo y no quedarse en ningún sitio. A mí personalmente me seduce, es una terapia brutal de autoconocimiento y subsistencia, pero muchas veces necesitas unas palabras, un amigo, incluso un abrazo. Y esta tarde me ha pegado como un puñetazo.

Hacía un clima primaveral, y me fui a pasear por el puerto. Los yates estaban llenos de gente brindando y las terrazas repletas de gente, grupos de amigos entre cervezas. Supongo que por mucho que te desmarques de la Navidad no te puedes abstraer del todo, y esta tarde me entró una bocanada de nostalgia como no me ha pasado en estos dos meses que llevo de viaje. De repente necesitaba a mi gente, necesitaba encontrarme rodeado de confianza, de risas fáciles, del mismo chiste de toda la vida contado por el mismo colega de siempre. De un abrazo, de cariño, del sentimiento de pertenecer a una comunidad y estar despidiendo el año en compañía.
Me senté en los escalones del puerto, mi lugar favorito de Auckland, con el sol a la espalda, y esperé. Esperé mirando al skyline, sabedor de que poco a poco volvería ese gusanillo que me mueve cada día, esperé a recuperar la dulce sensación de estar en verano en Navidad, en manga corta el 31 de diciembre, de día a las 8 de la tarde, en el hemisferio sur, en Nueva Zelanda, haciendo realidad un sueño. Funcionó, pero aún así decidí pasarme por el súper y comprar unas latas de cerveza, para disipar cualquier espectro de rémora nostálgica.
Me aticé una mientras cocinaba mi arrocito con atún y en la cena me acoplé a la primera alma solitaria que encontré en una mesa. Dio la casualidad que era argentino, y en seguida llegó también un colombiano, y ambos recibieron una cerveza invitación del gallego, y pasamos la cena de Nochevieja entre “boludos” y “pelotudos” y con alguna latita más todo recuperó su forma y su color.

Con el último bote en la mano salí a la calle a ver el ambiente y los famosos fuegos artificiales. No había andado ni dos pasos cuando un policía me invitó muy amablemente a vaciar la cerveza en una papelera, y seguir marcha alegremente. Mi objetivo eran los escalones del puerto, claro, que estaban abarrotados, pero me hice un huequito entre varios chinos y allí me quedé a admirar el espectáculo, la imagen que abre el telediario de mediodía en España cada 31 de diciembre.
Ya está aquí el 2013, como siempre lleno de ilusiones y esperanzas, nuevos objetivos que no van a llegar por pasar la hoja del calendario. Habrá que ir a buscarlos.