Había dos autostopistas en la primera curva de la carretera.
No era el mejor momento ni lugar, porque es un trayecto entre montañas y lagos
donde me gustaría ir parando docenas de veces y haciendo centenares de fotos.
Pero me vi en la obligación moral de recogerlos. Parejita de la República
Checa, mochileros, diez meses vagando por Nueva Zelanda. Les dejé a medio camino de Christchurch, en la iglesia Good
Shepherd, a orillas del lago Tekapo.
Yo me fui a hacer la anhelada compra y me zampé unos platanitos con galletas que en aquel momento se me antojaron ambrosía, allí sentado en una roca del lago más azul que debe haber en el universo, del mismo color de un cielo sin nubes. Después subí a la colina del observatorio, desde donde se puede admirar todo el escenario en conjunto, las montañas nevadas al fondo y el contraste entre el lago Alexandra, del color azul lago del planeta Tierra, y el Tekapo, de color azul cian lago de Pandora.
Huyendo como siempre de las vías principales descubrí por
casualidad la ruta 72, que conduce a Christchurch por una carretera panorámica.
Fue un gran acierto, la carretera es rápida y bonita, muy neozelandesa, entre
montañas y bosques, entre campos verdes y amarillos llenos de vacas y ovejas. Y
de repente cruzas un río pandoriano, de ese color azul cielo otra vez. ¡Un río!
No un lago de agua concentrada, es un río cuyo cauce se pierde en el horizonte,
siempre del mismo color. Sólo he visto una cosa semejante en la Blue Lagoon y
la Caldera Viti, en Islandia, pero ambas eran concentraciones de agua
estancada, sin salida. Esto es un caudal que fluye durante kilómetros. Sensacional.
Bien avanzada la tarde llegué a Christchurch, la ciudad más importante de la Isla Sur y la tercera del país. Tres brutales terremotos en 2011 dejaron centenares de muertos y un estado de destrucción casi total. Parece que haya sido la semana pasada. Todo el centro está demolido, las calles cortadas, la mitad de los edificios en ruinas. Tenía un mapa general de los backpackers, pero cuando llegué al primero ni siquiera existía. Sólo quedaba un edificio abandonado en toda una manzana llena de escombros. Con el segundo fue igual, y como es imposible circular con normalidad resulta muy difícil llegar a los sitios. Finalmente encontré uno en pie y en activo, pero claro, estaba completo. El siguiente también, y desde allí me mandaron a la zona del puerto, muy alejada de la ciudad, donde al fin tenían disponibilidad para esa noche.