Camino de Mordor hicimos una visita a las Blue Springs, en
Putaruru, un río de aguas cristalinas de cuyo fondo emergen unas algas verdes
que crean una sensación tridimensional tan potente que parece irreal. Es agua
totalmente pura, por eso se ve tan azul, y se mantiene a una temperatura
constante de 11 grados todo el año. Invita al baño, pero poco.
Un escenario propio de Avatar, pero que al amigo James Cameron se le pasó por alto. ¿De qué vas James? ¿Es que si no le metes tecnología no te vale el garito? Tus muñecos azules habrían danzado tan felices aquí.
Un escenario propio de Avatar, pero que al amigo James Cameron se le pasó por alto. ¿De qué vas James? ¿Es que si no le metes tecnología no te vale el garito? Tus muñecos azules habrían danzado tan felices aquí.
La ruta completa son unas 3 horas ida y vuelta. A la ida nos
respetó la lluvia pero a la vuelta empezó a caer de nuevo, por séptima vez este
día, y aquel escenario parecía Camboya entre el río, las palmeras y la lluvia, y
de repente de nuevo Hobbiton, con las colinas verdes bajas y redondeadas. Puro
contraste, pura Nueva Zelanda.
Mordor
En todo el centro de la Isla Norte hay una mesetaza inmensa en la que se elevan los picos de tres volcanes activos, uno de ellos el Monte Ruapehu, de 2797 m, el punto más alto de esta mitad del país. Las tres montañas forman parte de una línea volcánica llamada El anillo de fuego del Pacífico, que se extiende desde las islas Tonga, y eso es mucho, porque están lejísimos. Las erupciones son el pan de cada día, de hecho hace un mes hubo un petardazo que expulsó cenizas a 4 km de altura, todavía tiene cerrado la mitad del trekking, y ayer mismo los caminantes tuvieron que salir por pies al empezar a sentir temblores bajo sus botas.
Tongariro fue el primer parque nacional de Nueva Zelanda y
el segundo del mundo después de Yellowstone. Fue fundado en 1887, y en 1990
declarado Patrimonio de la Humanidad, y eso también es mucho. Las tres montañas
situadas en el corazón del parque tienen un profundo significado cultural y
religioso para los maoríes, simbolizan vínculos espirituales muy profundos con
su entorno.
En la leyenda maorí las montañas eran dioses y guerreros de
gran fortaleza. Siete montañas se levantaban alrededor del lago Taupo, todas
ellas varones excepto la bella Pihanga. Una noche las montañas lucharon
fieramente por la doncella, hubo violentas erupciones y la tierra tembló ante
la terrible batalla. Por la mañana, Pihanga se erigía junto al vencedor,
Tongariro, que se convirtió en el Señor de aquellas tierras. Ngauruhoe -donde
está el ojo de Sauron- y Ruapehu se mantuvieron erguidos en la distancia,
mientras que los demás fueron desterrados, siendo Taranaki el más perjudicado,
condenado al exilio en soledad en el oeste. Según se alejaba, su rastro de
lágrimas creó el poderoso río Whanganui. Vaya caña de leyenda.
Algunas partes del parque fueron localizaciones de El Señor
de los Anillos, sobre todo el viaje de Frodo y Sam por tierras del malvado
Sauron, escenas rodadas en la mesetaza volcánica, donde se incorporaron efectos
digitales para crear el fondo con la torre del ojo, y miles de extras
neozelandeses se convirtieron en orcos y marcharon como un ejército por el
desierto de Rangipo.
Este trekking está considerado como una de las mejores rutas
de un día del mundo. Quien diga eso es que no ha estado en la Faja de las
Flores, entre otras, pero no se le puede negar que tiene un gran atractivo, y
que el día gris en que lo caminamos no podía hacerle justicia. Eso sí, desde el
primer momento es absolutamente Mordor.
Sólo se puede acceder en autobús, y te lo cobran bien. El
nuestro nos dejó a las ¡6:30 de la madrugada! al principio de la ruta, y
teníamos la oportunidad de decidir si hacerla hoy o al día siguiente. El clima era pésimo,
y estaba claro que no íbamos a ver nada en la cima, pero se impuso la mayoría
democrática y tiramos para delante. La primera parte es cómoda, muy kumbayera
–kumbaya: el que se va al monte con el radiocassette, la nevera y la tortilla y
luego le cuenta a sus colegas que ha estado en la montaña- con pasarelas y
escalones de madera, y paisaje lunar por todas partes.
Según cogíamos altura el sendero se ponía serio, las nubes
iban ganando protagonismo y en la parte superior ya no se veía ni al que tenías
delante. Lluvia fina de la que cala por insistencia, y un aura místico cada vez
que la niebla se retiraba ligeramente para mostrar un paisaje desolado, negro y
amarillo, marciano, sin árboles, sin vida. Mordor. Ni siquiera pudimos ver los
lagos de colores que aparecen en todas las postales, pero la verdad es que la
ruta mereció la pena, fue un día divertido y está claro que hay que volver, cuando
pueda hacerse completa y con una predicción meteorológica favorable.
Mi bici era de los años 30, oxidada, sin marchas, sin frenos, y encima el cabrón del alquiler me dice que se la cuide. Menuda reliquia. Me llevó como pudo, y disfruté de lo lindo. Después nos tumbamos un rato en el césped a orillas del lago con unas botellas de sidra, y mientras las damas chinas se bañaban el americano y yo hablábamos con una israelí que acababa de terminar el servicio militar en Nueva Zelanda. Uno quiere ir de exótico por ser español en las Antípodas, pero es imposible.
Al día siguiente hicimos unas paraditas previas a la zona de mayor actividad geotérmica del país: Rotorua. Pasamos por las Huka Falls -sencillitas- y Craters of the Moon, que por 6$ bien vale una visita, me pareció una excelente relación calidad-precio. Un paseo de unos 45 minutos entre los cientos de fumarolas que escupen humo desde las entrañas de la tierra.
De Rotorua pasamos olímpicamente, los demás ya habían estado y hay que pagar absolutamente por todo a unos precios descabellados por cosas que ya he visto -y seguramente mejoradas- en Islandia, Islas Eolias e Islas Azores, así que ahí te quedas nauseabundo y estafador charquito maloliente de colores.
El lago Taupo
Después de siete días consecutivos de lluvia -y me refiero a llover la mayor parte del día- por fin salió el sol. Atinó con el momento, porque llegábamos al inmenso lago que hay en el centro de la isla norte, paraíso del ocio deportivo. Si tienes pasta te puedes pasar aquí un mes haciendo kayak, esquí acuático, parapente y todo lo que se te ocurra, y si eres pobre te alquilas una bici y te vas bordeando el lago, que es una delicia.
Mi bici era de los años 30, oxidada, sin marchas, sin frenos, y encima el cabrón del alquiler me dice que se la cuide. Menuda reliquia. Me llevó como pudo, y disfruté de lo lindo. Después nos tumbamos un rato en el césped a orillas del lago con unas botellas de sidra, y mientras las damas chinas se bañaban el americano y yo hablábamos con una israelí que acababa de terminar el servicio militar en Nueva Zelanda. Uno quiere ir de exótico por ser español en las Antípodas, pero es imposible.
Que te den, Rotorua
Al día siguiente hicimos unas paraditas previas a la zona de mayor actividad geotérmica del país: Rotorua. Pasamos por las Huka Falls -sencillitas- y Craters of the Moon, que por 6$ bien vale una visita, me pareció una excelente relación calidad-precio. Un paseo de unos 45 minutos entre los cientos de fumarolas que escupen humo desde las entrañas de la tierra.
De Rotorua pasamos olímpicamente, los demás ya habían estado y hay que pagar absolutamente por todo a unos precios descabellados por cosas que ya he visto -y seguramente mejoradas- en Islandia, Islas Eolias e Islas Azores, así que ahí te quedas nauseabundo y estafador charquito maloliente de colores.