Te Papa

Me bajé a desayunar con mi platanito, mi manzana y mis galletas. En el comedor éramos cuatro gatos contados, y me senté con una chica en plan “¿por qué no?” y como ella no tenía nada que hacer y yo tampoco nos pasamos hablando media mañana en la mesa del desayuno. Era alemana, su inglés sonaba como música para mis oídos, y el mío para los suyos como un violín desafinado. Llevaba siete semanas trabajando en Wellington y esa noche era la última porque había encontrado otro empleo en la isla sur. Después me llevó a la biblioteca pública, donde hay wifi gratis –alabado sea el Señor- y luego al museo de Nueva Zelanda, también con internet gratuito, no como los backpackers, donde hay que pagar 1$ por 15 minutos de conexión.

El Te Papa es el mejor museo en el que he estado en mi vida, y es gratuito, lo cual lo hace todavía mejor. En dos días lo he visitado tres veces, mitad para conectarme a internet mitad para deleitarme con cada una de sus cinco plantas. La de abajo es para dedicarle toda una tarde, con salas interactivas sobre volcanes, terremotos y movimientos de placas. Otra zona trata de naturaleza con un esqueleto de ballena azul de 30 metros colgando del techo, y una maqueta de su corazón a tamaño real, tan grande como una persona adulta. Hay un calamar gigante flotando en una urna de cristal, el más grande que se ha capturado jamás, y varios videos y fotos explicativos de cómo se le encontró y capturó. Hay un mapa gigante de Nueva Zelanda en el suelo de una sala enorme, una imagen por satélite bajo celdas transparentes que se van encendiendo según las pisas, como el piano de Big. Cultura y arte maoríes, historia de Nueva Zelanda, exposiciones varias. Una maravilla.

Por la noche volví a quedar otra vez con Alfonso y sus amigos argentinos, y nos fuimos de bares por Wellington. De momento estoy retenido aquí, tengo una granja apalabrada para el día 12 de diciembre, pero me gustaría pasar esta semana en otra y de momento no recibo más que negativas. La granja de Palmerston North la cerré en un solo mail y un solo día, pero lo hice con mucha antelación, y pensaba que con toda la oferta que hay sería fácil ir de un sitio a otro. Pero las que he solicitado y me han contestado estaban ya ocupadas, y otras ni siquiera contestan. Al principio seleccionaba mucho el destino y mandaba los e-mail de uno en uno, ahora me canso de esperar respuesta y ya lo estoy haciendo de cinco en cinco, y también por sms.


Wellington es un buen sitio para esperar, la ciudad me gusta cada días más y ya me la recorro sin mapa. Vivo barato, durmiendo por 17 euros y comiendo de supermercado, pero al final la pasta se va esfumando. Me vine con 500 dólares neozelandeses (unos 350 €) y en tres semanas aquí no me los he gastado todavía, a lo cual ha colaborado bastante la estancia en la granja, donde no solté un solo céntimo en dos semanas.

Esta noche me he venido arriba y para despedirme de Sandra, la chica alemana, le he propuesto currarnos una tortilla de patata para la cena en la cocina del backpackers. La verdad es que tenía que haberlo visto venir, porque al elegir una sartén estaban todas ocupadas, y solo quedaban una convada hacia abajo y otra con el asa rota. Elegí la primera y ya iba viendo cómo se adherían la cebolla y las patatas al fondo, y cómo la tortilla se quedaba inmóvil una vez mezclada con los huevos. El caso es que al darle la vuelta se ha quedado pegada y se ha derramado la mitad del revuelto por los fogones. Y encima me he quemado un dedo. No me jodas, ¡a mí! un cocinero consagrado, con este borrón en mi historial. La hemos vuelto a meter en la sartén con un poco más de aceite, y se ha vuelto a pegar, así que nos la hemos zampado sin darle la vuelta, con un solo lado cocinado. De gusto estaba cojonuda, de presencia una palmada inaceptable. A ella le ha encantado claro, y no era por quedar bien, porque ha rebañado el plato.