Con el paso de los días la situación fue mejorando. Mantuve mi táctica de no parar de hacer cosas, lo cual me generaba cierta tensión porque había veces que lo tenía todo hecho pero lo mismo era mediodía y no sabía si podía sentarme a leer un rato.
Estuve ayudando a
Nick -el francés- en labores de carpintería, lo cual me gustó bastante, porque le entiendía bien y aprendía de él, que domina la materia maderera. Es un grande, de lo mejor que me he encontrado hasta ahora, y el listón está muy alto. El tío se pasó meses viviendo sólo en una cabaña en la frontera entre
Alaska y Canadá, con seis perros de nieve, sin electricidad ni agua
corriente. Me cuenta estas historias, de sus viajes y aventuras, y me pone la cabeza como un globo con nuevos sitios a los que ir y nuevas rutas que explorar. Voy a necesitar otra vida, y no volver a trabajar en esta nunca más.
También he hecho de jardinero y cocinero, sobre todo desde que se distinguir entre las lechugas, las espinacas y el perejil del huerto. Tampoco pasaría nada por poner unos cartelitos, digo yo, aunque sean en inglés.
El fin de semana vino un tipo llamado Tony que es amaestrador de caballos, y se quedó tres días, durmiendo en su camión en el jardín. Un tío muy majo. Bajamos a los prados con los caballos y estuvieron montando un rato, yo solo pude mirar pero al menos tuve algo de contacto con el mundo equino.
Nunca he llegado a estar relajado en esta granja, así que he decidido largarme. Cuando llegué pensaba quedarme más tiempo, tal vez hasta Navidad, y sin embargo solo he durado una semana. Nunca se sabe dónde está la suerte. Además, el mundo se acaba el día 22 y no quiero que me pille barriendo el suelo de la cocina. Mejor me voy a la playa.