La casa de Palmerston North

Según salía por la puerta del backpackers con la maleta, un chico de Singapur que iba al aeropuerto se ofreció a llevarme en coche a la estación de autobuses. El Altísimo se lo pague porque estaba lloviendo y eran veinte minutos de pateo con el equipaje. Autobús de dos plantas cojonudo con un conductor al que no entendía ni media palabra y nueve horas por delante hasta Palmerston North. El autobús tarda tanto porque para en varias localidades a recoger y soltar gente, aunque en realidad el trayecto en coche también sería largo ya que no hay autopista. Son unos 500 km que podrían hacerse en 6 horas de coche.
Estuvo lloviendo todo el camino, así que los paisajes se deslucieron un poco. Yo me acordaba constantemente de una entrevista que vi a los productores de "La comunidad del anillo" en la que decían que les había costado mucho encontrar la localización para la Comarca. En el trayecto de autobús me pareció ver unas 150 posibles localizaciones, 150 lugares de colinas bajas totalmente verdes, donde podrían haber vivido Frodo y su panda.

La casa


Karl vino a recogerme en la estación de Palmerston. Esta semana la he pasado en su casa, con su esposa Chrissy, sus cinco hijos pequeños, su perro y sus animales. La casa está en el campo, a unos 10 km de la ciudad, y es una pasada, con un salón gigantesco con cocina americana, cristaleras por todas partes, porche, jardín y una parcela inmensa, y yo tengo mi propia habitación. Un lujazo. Pero nada en comparación con la propia familia. Los adultos se esfuerzan en hablarme despacio para que les pueda entender y los niños son espectaculares. Todos son geniales, aunque reconozco que la niña pequeña, de 2 añitos, es mi debilidad. Es un crack, todo el día rajando cosas incomprensibles y riéndose. Me parto con ella.
Llegué sobre las 5.30 y nos estaban esperando para cenar. Sí, cenar. Anécdotas y casualidades de la vida que yo prácticamente como de todo menos pasta, es una secuela psicológica de la infancia y no la he comido en 25 años. Pues justo este día había spaguettis con tomate. Zas! en toda la boca. Hice de tripas corazón y me comí lo que pude. También había pan hecho por ellos, delicioso. Después de cenar estuve jugando un rato con los enanos y cuando se acostaron me quedé hablando un poco con los padres y después nos fuimos todos a dormir.


Por la mañana me desperté con salida del sol, que entraba a raudales por mi ventana a ras de suelo, y me encontré al perro haciendo guardia. Al principio era tímido, pero hoy ya no se me despega ni un segundo, se deja acariciar los pocos ratos que se está quieto, porque además de estar loco es hiperactivo. Desayuné con los enanos y cuando se fueron al cole, Chrissy y yo nos fuimos en coche a Palmerston con las dos niñas pequeñas, y me dejaron una hora por mi cuenta por el centro.
Palmerston North es una ciudad tranquila, plana, de estructura cuadriculada, con una plaza principal bastante chula y muchas calles con negocios de todo tipo. Sobre las 12 volvimos a la casa a tomar el almuerzo. La comida fuerte del día es la cena, en el almuerzo se toma un sandwich y algo de fruta, nada de ponerse las botas. Y después de comer, empezó mi labor.
El trabajo que voy a realizar al principio es de jardinería, y también me han explicado el funcionamiento de una escoba eléctrica extensible para limpiar las paredes exteriores y el techo.

Hoy tenía que encargarme de preparar unos pequeños huertos para plantar algo esta semana. Así que pala en mano, arar un poco el terreno para que quede blandito y al montón a por la tierra fértil con la carretilla. Viaje va, viaje viene hasta que hay tierra suficiente en la zanja, después se extiende de manera uniforme y se rastrilla un poco. Lista para el cultivo.
Unas 3 ó 4 horas de un trabajo no demasiado duro, pero en el que mis manos de muñeca se han resentido un poco por la falta de costumbre. Por cierto, los niños me han ayudado en los dos huertecitos que he hecho hoy, cada uno según sus posibilidades, y el perro no ha dejado de perseguirme en cada viaje de carretilla.
El cocinero de hoy, que era el chaval de 10 años, me ha pedido que le ayudase a hacer la cena, y nos hemos currado unos macarrones, zas! en toda la boca, esta vez con carne picada, cebolla y queso, y la verdad es que me los he zampado enteritos y con mucho gusto. Puestos a aprender el idioma, conocer nuevas formas de vida y probar trabajos desconocidos, porqué no superar también el trauma de la pasta de una vez por todas.
Para terminar el día toda la familia se ha reunido a ver "Charlie y la fábrica de chocolate", incluso el perro estaba tirado en la alfombra del salón, roncando como un mamón. Un gran día, y muy buenas sensaciones en esta casa, con esta gran familia neozelandesa.


El fin de semana


Nada más levantarme el sábado me puse a jugar a la PS3 con uno de los chavales, hasta que empezó a haber movimiento en la casa y nos fuimos a desayunar. Hoy todos están por la aquí, hay mucho jaleo, precisamente lo que andaba buscando al venir a esta casa. Actividad y comunicación sin parar.

Como está lloviendo, Karl y yo nos ponemos a trabajar a cubierto. Hay que rebajar el nivel del suelo en una zona exterior techada. Era de roca sólida y tierra, así que trabajo de pico y pala, literalmente. Un par de horas por la mañana y un par por la tarde, bastante más duro que el día anterior, por la naturaleza del trabajo y porque la maldita carretilla está rota y cuesta un mundo moverla cuando va cargada de escombros. Me dejaron unos guantes para mis manitas de niño de ciudad y entre eso y el trabajo en equipo la cosa se hizo más llevadera, pero reconozco que terminé molido. Esto es currar y no la mariconada esa de hacer videos. Tres de los niños ayudaron un rato, incluida la súper enana con su palita en miniatura.
Después una cerveza local y hacia la hora de la cena empezaron a llegar algunos familiares, un par de hermanos y sobrinos de Chrissy, y su madre. Así que jaleo completo, con barbacoa, comida a tutiplén y ambientazo. Yo me enteraba de la tercera parte de las conversaciones, pero el caso es que después de unas cervezas me dio la impresión de que lo que mejoraba moderadamente era mi fluidez lingüística. La abuela era encantadora y me dio mucho cuartel, no sé si me entendía o hacía como si tal pero estuve hablando con ella un buen rato muy agradable.
Se quedaron a dormir y a la mañana siguiente se marcharon temprano, excepto uno de los hermanos que se ha quedado unos días más. Yo me fui de nuevo con Karl, esta vez trabajo de carpintería, mucho más relajado y agradable, incluso didáctico, para un tipo como yo que soy una tabla rasa en algunas materias. Estuvimos forrando de madera la pared del cobertizo, tomando medidas, cortando las tablas y clavándolas en las vigas. Hablo en plural pero lo cierto es que él lo hacía y yo le ayudaba como si de un aprendiz se tratase. Y la verdad es que así era, en los trabajos que he hecho hasta ahora todo ha sido aprendizaje sobre el terreno, y cuando es mano a mano con Karl aprendo mucho más porque él me explica lo que hacemos y me deja manipular algunas herramientas delicadas.
Un par de horas de labor por la mañana y otro tanto por la tarde, y después fuimos todos a la ciudad a comprar unas cosas. Yo fui con Karl en la camioneta y a la vuelta me dio una vuelta por la universidad y los alrededores, y me invitó a un típico pastel de carne y queso que estaba delicioso. Son detalles que no tiene porqué tener, pero que tanto él como Chrissy repiten a diario. El resto del tiempo lo pasé jugando con las enanas, ayudando un poco a preparar la comida y viendo “Los vengadores” en familia para terminar el fin de semana.
Sigo estando muy bien aquí, es una rutina tan diferente a la que conozco que todo son novedades y los días pasan volando. La vida en el campo, los animales, los niños, el idioma, todo es nuevo e interesante para mí, de todo estoy recibiendo impactos humanos y culturales que estoy seguro repercutirán en mi forma de ver la vida de ahora en adelante.


Semana laboral


Lunes por la mañana, me toca terminar el huerto que me había quedado pendiente. Me pongo las botas, pantalón de trabajo, y pala en mano empiezo a levantar la tierra. Hoy lo he disfrutado mucho más, sobre todo esta primera parte, después había que cubrir el terreno con tierra y ahí es donde la maldita carretilla me estaba jodiendo la vida, porque la rueda se atasca y se frena, y no hay quien la mueva. Al final la he mandado a tomar por culo y me he currado un invento con un carrito de cuatro ruedas y un barreño, y he tenido que fabricar un pequeño puente con tablones y un par de escalones para salvar los obstáculos desde el montón de tierra hasta el huerto.
En el almuerzo me han dado a elegir entre un sándwich y la pasta que sobró ayer de la cena, y me he zampado la pasta hasta rebañar el plato. Trauma superado, ya solo me quedan las abejas.

Después de comer me he sentado un rato al sol en la hierba del jardín, con la pequeña lagunilla delante, los patos nadando en ella, el ternero pastando por allí, la cabra por allá, los caballos de las granjas vecinas a lo lejos y el perro tumbado a mi lado. Un momento karma, de completa felicidad.
Por la tarde me han encargado cortar el césped. Primero me han enseñado el funcionamiento –básico- de la máquina y ahí me he puesto a darle caña. No me extraña que Forrest Gump lo hiciera sin cobrar. Al final del día me han dado las gracias por mi trabajo, esta gente me hace recordar la filosofía que tenían mis padres de tratar bien a los empleados, siempre rendirán mejor, decían. Hoy he currado bastante, pero me ha gustado lo que he hecho y como cada día me siento un poquito más parte de esta casa empiezo a hacerlo con verdadero interés.

El martes estaba solo en la casa, los padres currando y los críos en el cole. Tenía que limpiar todas las paredes y ventanas exteriores con una escoba de agua con palo extensible, para llegar a las alturas. Tarea fácil pero ardua porque la casa es muy grande y tenía más telarañas que el salón de Spiderman. Me he impermeabilizado con todo lo que tengo y aún así me he calado bien, pero la casa ha quedado fetén.
De golpe y porrazo han llegado todos a la vez y la casa se ha convertido en un jaleo total, pura energía infantil. Sin saber cómo me he visto saltando en la cama elástica con tres niñas subidas encima, y después jugando al criquet con uno de los chicos. De alguna manera me estaba estafando con las reglas, porque a mí me parecía que siempre le pegaba bien a la bola y sin embargo siempre estaba eliminado. Lo mejor de todo es que me he pasado toda la tarde con ellos y les he entendido al menos la mitad de lo que me decían, y con los niños es especialmente difícil.
Mi capacidad de entendimiento en la escucha mejora por goteo, la de pronunciación yo creo que involuciona, todavía necesito pensar en español y después traducir al inglés, procesando el orden de las palabras y la pronunciación por el medio. Y todo esto con un Pentium 4, como mucho.

La guardería de una de las enanas había organizado una excursión a la playa, me invitaron a acoplarme y allí me planté, con 30 críos de 4 años, en el primer día de sol y cielo despejado desde que estoy en Nueva Zelanda. Estuvo bastante bien, sobre todo con la niña de dos años en la arena haciendo exactamente de niña pequeña en la arena de la playa. Una crack.



A la vuelta un nuevo paso en mi evolución rural: el hacha. Como un auténtico bilbaíno encaré el primer tronco, levante el hacha sobre mi cabeza y le metí un viaje que dejó la hoja incrustada hasta la mitad, el tronco casi intacto y yo sin poder sacar el hacha ni subiéndome con los dos pies encima del tronco para hacer palanca. Tardé un cuarto de hora en liberarla, y a la segunda decidí cambiar de táctica radicalmente, empezando por cambiar el bicho de madero que había cogido por el más pequeño que encontré. Segundo arreón sin vergüenza y tronco astillado por la mitad en dos leños perfectos. Toma y toma! Me puse a gritar con los brazos en alto como Rocky Balboa, más feliz que una perdiz. Seguí por los pequeños para ir cogiendo moral y cuando llegó la hora de encarar el tronco gordo de nuevo ya tenía más experiencia, y aunque libré algunas batallas para desanclar la hoja de la madera, al final conseguí una buena pila de leña.
Ya tenía a las niñas saltándome encima en la cama elástica cuando su madre me llamó, yo creo que para rescatarme, y me pidió que hiciera una tortilla de patata para la cena.

El chico pequeño me ayudó pelando las patatas, y después tuve que freirlas en dos tandas porque era una tortilla para ocho. Huevos del corral de su parcela, cuatro gallinas que dan unos tres huevos diarios, aceite neozelandés y mucha ilusión, aparte de las patatas y la cebolla. Tremendo éxito de crítica y público, tanto que mi ayudante de cocina primero rebañó el bol de la mezcla, después se comió su plato, pidió otro y también se zampó lo que le sobró a su hermanita.
La semana ha pasado volando, he sido feliz aquí y cada día estoy más cómodo y mejor acoplado a esta casa y a esta familia. No tiene ningún mérito integrarse, ya te integran ellos a diario. Hoy les he pedido quedarme una semana más y me han dicho que sí, así que por aquí seguiré, con mi pala, mi hacha, mi inglés de mil palabras que mejora por goteo y mis ganas de seguir avanzando en esta aventura en las Antípodas.