Lo que venían siendo lejanos sueños de aventuras y grandes planes de una nueva vida se van convirtiendo en realidad tangible según se acerca la fecha. Y la realidad tiene su parte cruda, incluso antes de empezar. Hasta ahora no había tenido ni un atisbo de duda, pero en los últimos días siento ya el hormigueo en el estómago de afrontar una situación con grandes dosis de incertidumbre.
Curiosamente es de noche cuando más me asaltan los temores. Qué cojones estoy haciendo si aquí tengo una buena vida, con gente que me quiere, con amigos, risas, viajes, partidos de padel, fútbol, cervezas, sin problemas. Qué ganas de meterse a vivir con desconocidos, sin entenderles, sin encajar, sin adaptarte, sin trabajo, sin nadie a quien recurrir. Sólo.
Afortunadamente por la mañana se me han pasado todas las dudas y sigo convencido de lo que estoy haciendo con la misma ilusión y optimismo de siempre. Esas dudas son parte del juego, parte fundamental, de hecho. Sin miedo no hay valentía y sin temores y adversidades no hay desafío. Y si queda algún resquicio de mi mente indecisa basta con poner la radio, y escuchar al ministro de educación decir que sobran 20.000 profesores en España.
Lo que es inevitable es la nostalgia. Hace unos días cené con unos amigos a los que no veo casi nunca y su afectuosa despedida me hizo echarles de menos mucho más que cuando pasamos largos períodos sin encontrarnos. Sonaba tan "hasta siempre" y tan de corazón que me hizo sentir la necesidad de verles otra vez antes de marcharme. Pero no va a ser posible, no creo, porque no hay tiempo y porque es un espejismo, es una amistad verdadera y sentida por ambas partes, pero no compartimos un estilo de vida ni de pensamiento que nos una de verdad. Pero en ese momento les eché muchísimo de menos.