Kauai


Así que me fui a la isla jardín. Un ejemplo más de lo que hace el hombre en el paraíso. Joderlo.

Conducir por Kauai es la antítesis del relax. Para empezar te meten miedo al recoger el coche de alquiler diciendo que el robo y los golpes está a la orden del día y que si no contratas seguro la broma te puede salir cara, aunque no sea tu culpa. El coche me costó 180$ por 5 días, y el seguro más barato, que ni siquiera lo cubría todo, me lo dejaban a 300. Tócate los cojones. Ya iré con cuidado, señora.
Sales a la carretera y cada 500 metros te cambian el límite de velocidad a una cifra más ridícula que la anterior, y te recuerdan por triplicado el montante de la multa que te van a meter si te lo saltas. Obras. Más obras. Otra señal. Otra advertencia. Otro aviso de radar por láser. No corras. No te bañes. No pises el césped. No pases de aquí. No tires basura. No seas feliz. Prohibido. Prohibido. ¡Prohibido! Yo jamás tiraría mi vaso de plástico al río, ni me levantaría a las 5 de la mañana en una habitación donde duermen 6 personas haciendo todo el ruido que me plazca. Es una cuestión de educación. Educación que se enseña en las escuelas y en las casas, y que prevalece ante las amenazas de multas. 

Allí donde no impera la mano del hombre, Kauai es digno de su apelativo de isla jardín. Absolutamente verde, tan verde que aburre. Hay una nube perpetua que habita sobre la isla, tan grande como ella misma, y que unas veces se expande y lo cubre todo y otras deja libres las zonas costeras. Pero siempre está ahí. De ahí que sea uno de los lugares más húmedos del planeta. Claro, que para ser así de verde tiene que llover. Y con tanta lluvia y tanto sol hay arcoíris a diario. De esos completos, como los de los osos amorosos, o el pony marica aquel que volaba, yo que sé. Arcoíris enormes.

En el norte está la costa de Napali, seguramente la línea costera más espectacular de La Tierra, con unos acantilados erosionados que sobrecogen. Se puede recorrer a pie, con previa petición de un permiso, no te iban a dejar recorrer la naturaleza libremente. Puedes llegar sin permiso hasta la primera playa, a unos 3 km, y desde ahí a las cascadas, otro tanto, pero si quieres recorrer los 18 km de ruta suelta la pasta y pide el permiso de acampada. No se trata precisamente de una senda para niños y kumbayas. A la ida hacía sol y el terreno estaba seco. Aún así me encontré a una mujer que se había fracturado el brazo y a otra que me pidió que avisase a rescate porque se había golpeado una rodilla y no podía caminar. Al rato pasó el helicóptero a por ella. En pleno camino de vuelta se puso a llover, y como es terreno arcilloso el sendero se convierte en una pista deslizante. Imposible no caerse un par de veces o tres, hay que estar prevenido y tener la suerte de que no sea desde muy alto.
También puedes pagar unos 150$ por una excursión en barco o 125$ por la avioneta. Yo me di el capricho de verlo desde el aire, una hora de vuelo que bien vale su precio. Porque caminarlo mola y hay que hacerlo, estar dentro. Pero verlo, lo que es verlo, solo se ve bien desde fuera.

También en el norte pero con acceso desde el sur están el Waymea Canyon y el Kokee Park, la cara sur de la Napali Coast. Mira que llegaba ya en modo no impresionable, pues aún así me encontré entonando un “guau” cuando hice el Pihea Trail, allá donde termina la carretera. Una milla de recorrido que quita la respiración. Demasiado premio para el poco esfuerzo que requiere llegar allí.


Y por todas partes de la isla hay playas preciosas, de arena blanca, aguas claras, buen snorkel y fuertes oleajes. Los dos únicos hostels están en Kapaa, un pueblo pequeño y bonito, con un carril bici por la costa super recomendable.
Así es Kauai. Me da igual que sea americana o francesa. En cuanto la mano del hombre se mete por medio el mundo es un poco peor. La naturaleza es increíble, y las islas hawaianas un paraíso marcado.