Así que me fui a la isla jardín. Un ejemplo más de lo que hace el hombre en el paraíso. Joderlo.
Sales a la carretera y cada 500 metros te cambian el límite
de velocidad a una cifra más ridícula que la anterior, y te recuerdan por
triplicado el montante de la multa que te van a meter si te lo saltas. Obras.
Más obras. Otra señal. Otra advertencia. Otro aviso de radar por láser. No corras. No te bañes. No pises el césped. No pases de aquí. No tires
basura. No seas feliz. Prohibido. Prohibido. ¡Prohibido! Yo jamás tiraría mi
vaso de plástico al río, ni me levantaría a las 5 de la mañana en una habitación
donde duermen 6 personas haciendo todo el ruido que me plazca. Es una cuestión
de educación. Educación que se enseña en las escuelas y en las casas, y que
prevalece ante las amenazas de multas.
Allí donde no impera la mano del hombre, Kauai es digno de su
apelativo de isla jardín. Absolutamente verde, tan verde que aburre. Hay una
nube perpetua que habita sobre la isla, tan grande como ella misma, y que unas
veces se expande y lo cubre todo y otras deja libres las zonas costeras. Pero
siempre está ahí. De ahí que sea uno de los lugares más húmedos del planeta.
Claro, que para ser así de verde tiene que llover. Y con tanta lluvia y tanto
sol hay arcoíris a diario. De esos completos, como los de los osos amorosos, o
el pony marica aquel que volaba, yo que sé. Arcoíris enormes.
En el norte está la costa de Napali, seguramente la línea
costera más espectacular de La Tierra, con unos acantilados erosionados que
sobrecogen. Se puede recorrer a pie, con previa petición de un permiso, no te
iban a dejar recorrer la naturaleza libremente. Puedes llegar sin permiso hasta
la primera playa, a unos 3 km, y desde ahí a las cascadas, otro tanto, pero si
quieres recorrer los 18 km de ruta suelta la pasta y pide el permiso de
acampada. No se trata precisamente de una senda para niños y kumbayas. A la ida
hacía sol y el terreno estaba seco. Aún así me encontré a una mujer que se
había fracturado el brazo y a otra que me pidió que avisase a rescate porque se
había golpeado una rodilla y no podía caminar. Al rato pasó el helicóptero a
por ella. En pleno camino de vuelta se puso a llover, y como es terreno
arcilloso el sendero se convierte en una pista deslizante. Imposible no caerse
un par de veces o tres, hay que estar prevenido y tener la suerte de que no sea
desde muy alto.
También puedes pagar unos 150$ por una excursión en barco o
125$ por la avioneta. Yo me di el capricho de verlo desde el aire, una hora de
vuelo que bien vale su precio. Porque caminarlo mola y hay que hacerlo, estar
dentro. Pero verlo, lo que es verlo, solo se ve bien desde fuera.
También en el norte pero con acceso desde el sur están el
Waymea Canyon y el Kokee Park, la cara sur de la Napali Coast. Mira que llegaba
ya en modo no impresionable, pues aún así me encontré entonando un “guau”
cuando hice el Pihea Trail, allá donde termina la carretera. Una milla de
recorrido que quita la respiración. Demasiado premio para el poco esfuerzo que
requiere llegar allí.
Y por todas partes de la isla hay playas preciosas, de arena
blanca, aguas claras, buen snorkel y fuertes oleajes. Los dos únicos hostels
están en Kapaa, un pueblo pequeño y bonito, con un carril bici por la costa
super recomendable.
Así es Kauai. Me da igual que sea americana o francesa. En
cuanto la mano del hombre se mete por medio el mundo es un poco peor. La
naturaleza es increíble, y las islas hawaianas un paraíso marcado.