Piedra a piedra

Mi pasaporte estaba retenido en Inmigración, así que decidí volver unos días a Queenstown mientras esperaba a recuperarlo, y les pedí a Phil y Kate que me acogiesen de nuevo en su casita del jardín. Si ellos ya son la caña ahora encima estaban los abuelos ingleses. La abuela es para abrazarla como a un peluche, y el abuelo también es muy majete, aunque habla muy deprisa y susurrando, así que no le pillo ni media. A casi todo le digo que yes, y listo.

Vine aquí para cinco días y en total he pasado doce, entre las dos etapas. Me encanta mi casa Hobbit, me encanta la ciudad y su entorno, y me gustan ellos. Son liberales y justos con el trabajo. Es bastante duro, entre carretilla, pico, pala y demás amiguetes, pero lo compensan con menos horas de curro al día, y de alguna manera son tareas que me hacen sentir bien. He cavado una buena pila de tierra en el jardín para ensanchar el patio de entrada, la he cargado en un tráiler –que se llenó a rebosar- y la he descargado en un campo yermo. He acarreado cada pedrusco de un extremo del jardín al otro, he arrancado tocones, sesgado raíces y preparado todo el terreno para la construcción definitiva.

Ayer me dieron el día libre porque hoy venía Tom Builder a construir el nuevo muro, lo cual llevaría toda la jornada, y yo sería su ayudante. Ha sido bastante genial aprender de Tom, y de hecho al final me ha tocado construir un murete por mí mismo en otra parte del jardín y he recibido sonadas felicitaciones. Disfruto aprendiendo y realizando tareas nuevas, es realmente gratificante por arduas que sean, y me hace sentirme útil y vivo. Prefiero el duro día de trabajo de hoy al de asueto de ayer. Algo está pasando. Se me debe estar diluyendo la sangre española.


Esto de trabajar sin dinero de por medio me recuerda a mi época de becario en Telemadrid, un año maravilloso en el que lo único que importaba era aprender y disfrutar. A cambio de mi esfuerzo en el jardín recibo un alojamiento cinco estrellas, tres comidas excelentes al día, wifi de alta velocidad y numerosos impactos lingüísticos que de alguna manera intangible espero estén repercutiendo en mi aprendizaje.
Si metemos al poderoso caballero de por medio lo podría valorar en 50$ que me ahorro al día entre alojamiento y comida, lo cual me coloca en unos honorarios de 12$ por hora de trabajo. Conocí a un chaval londinense que había estado trabajando de peón en una obra en Christchurch. En su primer día curró 10 horas y le pagaron 22$. Por mucho que mejorase la cosa no creo que llegase a cobrar más de 5$ a la hora, y no me suena nada escucharle que tuvieran paradita de media mañana para un té con pastas. Yo sí. Por no hablar del trato exquisito y que te den las gracias por tu trabajo. Me quedaría más tiempo en esta casa, pero ya no tienen más tareas para darme, y tampoco son una ONG. 

No tengo ninguna gana de regresar a España. No quiero volver a estar enfadado cada día por el sentimiento de impotencia, de opresión, de desidia. Sumido en la vorágine de un país en el que no creo y por el que no quiero luchar. No me siento capacitado para enfrentarme a la reinserción en un mundo laboral que me asquea y llegar a odiar una profesión que sigue entusiasmándome.
No estoy de vacaciones. Yo no lo siento así. Sencillamente estoy aprovechando mi momento, viviendo mi vida tal y como siempre quise. Tal y como siempre hice.