La infranqueable barrera del idioma


Hoy era el día en que tenía que salir de Nueva Zelanda. Los tres meses de mi visado de turista han volado rápidamente. Siento que he viajado y vivido este país tal y como había imaginado, he estado prácticamente en todos los sitios que había planeado y he vivido experiencias inolvidables. He cumplido todos mis objetivos. Menos uno: el idioma. Me tiene frito.

Estoy hasta el gorro de escuchar a la gente decir que a los tres meses se te activa el chip en el cerebro y de repente te encuentras pensando en inglés y tu lengua se mueve automáticamente en el idioma de Paul Gascoigne. Los cojones. Yo sigo a por uvas, de hecho creo que involuciono.

En el Milford Track terminé en modo autista leyendo mi libro, pasando de socializar con los angloparlantes. El primer día estuve hablando con unos americanos muy majos pero les entendía la mitad de lo que me decían y les respondía sobre lo que creía que iba el asunto, utilizando mi traducción simultánea que se zampa los participios cuando intento hablar a velocidad estándar. El resultado es que se me quedan mirando en silencio tratando de encajar mis medias palabras con el contexto, y en cuanto cogen un poco de confianza terminan completándome las frases. La conversación se diluye y se va al carajo. Normal. Es la misma sensación que yo tenía con el tío japonés que me grapaba a todas horas. Se sabía siete palabras en castellano –vino tinto, cerveza, pulpo, tapas y tres más- y hablaba la mitad de inglés que yo. Al final me aburría de hablar con él y me largaba.

De vuelta en Queenstown me subí al autobús y le pedí al conductor el pase para toda la semana. “I want the card for a week”. Se me queda mirando como si le hubiese dicho que iba a dormir con su mujer esa noche. The card for the whole week”. Silencio. Mirada inquisitoria, sin parpadear. “Seven days”. “Aaaaaaaaaah!, you want the card for a week”. Pedazo de cretino. No se que coj… me contó de que estaba entendiendo awake (despierto). Valiente mamón.

Y es que se nos cala de lejos. Cuando escucho a un tío hablando inglés en modo paleto no falla. Español o argentino. No sé qué tenemos que sonamos a ineptitud.
Pero no me va a derrotar. Franquearé esa barrera cueste lo que cueste. Así que me quedo. 


Trámites y batallas


Hace un par de semanas me pasé a preguntar por la Oficina de Inmigración en Queenstown. Por supuesto podía salir del país, volar a Australia y volver a entrar en Nueva Zelanda unos días después, pero lo normal es que me hicieran preguntas en el aeropuerto, y lo normal también es que me dejasen entrar otra vez.

La otra fórmula es pedir la ampliación del visado de turista. Rellenas siete páginas de formulario, le grapas un par de fotos de pasaporte con tu mejor sonrisa y sueltas los 100 eurazos de rigor, que al final es lo que cuenta. También tienes que aportar documentos que demuestren que tienes medios económicos para subsistir y para salir del país cuando llegue la fecha. Lo recogen todo, te dan tu recibito y a esperar, veinte días laborables nada menos te dicen que tardan en responderte. Mientras tanto tu fecha de salida está en standby, vamos que no tienes que irte aunque te venza el visado mientras tu pasaporte esté en revisión.
Una semana después me llamaron por teléfono, y me dijeron que estaba aprobado. ¿Pero habéis visto esa cara de moro? Ni la miraron. Recibo pagado, visado sellado. Tres meses más.

Para cancelar el vuelo a Sydney tuve que llamar por teléfono y hablar en neozelandés, lo cual me produce escalofríos, sobre todo para cosas importantes. La técnica definitiva es repetir lo que te dicen para confirmar que lo has entendido. Y lo que me decían es que por cancelación me cascaban 100$ de un billete que me había costado 180$. Si lo cambiaba de fecha 80$. Lo cancelé, y cuando colgué le conté a la pared –en castellano castizo y con un amplio abanico de hijosdeputa- lo ladrones que son las compañías aéreas. Aún así me salía más barato que salir del país y volver a entrar, y me ahorraba el coñazo de los aeropuertos y el trámite del interrogatorio de vuelta al país.

Ladrones. Compañías aéreas y banqueros. Ladrones. Me hice de ING primero por largarme de Bankia –mil veces ladrones- y después porque te cobran solo 2€ de comisión saques la cantidad que saques en cualquier cajero del mundo, así que cada vez que saco pasta de un cajero siempre son 500$, unos 300€.

En Te Anau me duplicaron el reintegro y su comisión, y me di cuenta cuando accedí a mi banca electrónica por internet, cinco días después, en otra ciudad, a 200 km de distancia. Ya tenía montado un operativo de asalto a las oficinas locales de ese banco en pos de respuestas y soluciones –con escasas esperanzas de éxito- pero antes decidí llamar a ING por Skype, bendito sea. Me atendieron muy bien, y me explicaron que es un error habitual en ciertos cajeros del extranjero que no cogen línea correctamente y la operación se produce dos veces automáticamente cuando llega la conexión. En 6 o 7 días recibiría el reintegro de vuelta. Y así fue. Pero el susto ya me lo habían metido, y mi pasta estuvo flotando en un limbo desconocido durante una semana.

Así que adelgazo. Cuatro kilos en estos meses. Y no es por no comer, es por la constante actividad. Cuando no estoy cavando zanjas estoy subiendo montes, pero sobretodo es el coco que no para un instante, no se relaja, siempre pensando con una semana de antelación, resolviendo mil detalles del próximo destino, habitualmente apodado incertidumbre. Es por lidiar con las compañías aéreas, los bancos, el seguro médico, desde 20.000 km de distancia. 

Al extender el visado he tenido que renovar el seguro con Mapfre, que en su día me trató fenomenal y todo fueron facilidades. Les pido en un correo que me renueven otros 100 días en las mismas condiciones y cuando veo el extracto me han cargado 70€ más que la otra vez. Así que llamo. Y con muy malas maneras me cuentan que en octubre estaban de promoción, y por eso era más barato, y que este es el precio normal. Pues, tal vez, solo tal vez, deberías haberme informado antes de cobrar. Digo yo. Por eso puse mismas condiciones

Así que adelgazo. Llevo cinco meses para terminarme Los Pilares de la Tierra, en inglés. Cuando llegué a Nueva Zelanda llevaba la mitad y en tres meses he leído otro cuarto de libro. No me da tiempo. Me pongo a leer y en seguida me distraigo de nuevo en pensamientos sobre preparativos, trámites, proyectos, destinos y nuevas ideas, casi todas ellas orientadas a continuar esta aventura que, hoy por hoy, es mi modo de vida.