Hoy cumplo 36 años. Tengo que decirlo en voz alta para creérmelo. Ni el espíritu ni el espejo acreditan al carnet de identidad. Pero ahí están. ¿Qué has hecho con la mitad de tu vida? ¿Has sido feliz? ¿Lo eres ahora?
Estoy en la flor y nata. Suficientemente joven y libre para
hacer lo que quiera. Suficientemente experto para decidir mi futuro con
criterio. ¿Qué buscas? ¿Qué quieres? ¿Qué armas tienes para lograrlo? La
memoria selectiva suele traicionarnos dejando solo latentes los recuerdos
positivos. Es difícil no volver al pasado, no recordar. No desear tener lo que
se tuvo una vez y nos hizo felices. ¿Es eso lo que quieres? ¿O es solo el temor
a no tener nada lo que te lleva a conformarte?
Estoy fundido. Es por eso que vuelvo. Pero no siento que el
proyecto esté terminado. La etapa sí, el proyecto no. La búsqueda continúa. Y
haré lo que sea necesario hasta completarla. Ahora tengo esta experiencia a mi
favor, jugando en mi equipo, aconsejándome. Resetearé, regeneraré la ilusión e
iré a por ella. Estos meses me han saciado la sed de viajar, de explorar, de
descubrir. Una sed que no todo el mundo conoce ni comparte y que solo se
entiende cuando se siente. No es explicable, se tiene o no se tiene. Es una
droga, una necesidad, una inquietud. Es una atracción irreprimible.
Fundido de viajar. Parece imposible. Viajar es muy cansado.
Y hacerlo solo mucho más. Requiere una resistencia psicológica grande.
Autosugestión. Alguien me ha dicho últimamente que viajar es una forma
sofisticada de estupidez. Tal vez. Tanto como pagar por correr sin avanzar
sobre una cinta mecánica. Eso ni siquiera es sofisticado, pero tal vez te
haga sentir bien. Y con eso basta. No lo hago por cultura. Lo hago porque mi
espíritu me lo pide. Me pide volar. No creo que sea más culto quien más viaja,
ni más listo el que más lee. Lo que sí creo es que la experiencia es la mayor
fuente de conocimiento posible.

O puede significar vivir experiencias. Inmiscuirse en un
lugar. Involucrarse. Participar. He pasado seis meses en Nueva Zelanda,
visitando cada rincón del país hasta sentir que podría trabajar en su oficina
de turismo. He recorrido sus ciudades y pueblos, sus montañas, sus fiordos, he
hecho las grandes rutas y también las pequeñas. He conducido por la izquierda,
comido en sus restaurantes y dormido en sus alojamientos. He visitado el país. Me
he saciado de Nueva Zelanda, porque estaba hambriento de ella.

No es como tener una carrera o un idioma, es otro tipo de
riqueza. Una que necesitas para tu bienestar personal, especialmente mental.
Saber que has vivido lo que has vivido, y que pase lo que pase en el resto de
tu vida, siempre recordarás lo que hiciste, y te sentirás bien. Por haber
tenido el valor de seguir a tu corazón.