La entrada en Honolulú fue gloriosa. Diez horas de vuelo y llegada a Hawaii el día anterior al que dejé Nueva Zelanda. ¿Comoor? Hay 22 horas de diferencia entre ambos lugares, pero solo se cruzan dos husos horarios, por lo que viajas al pasado. Me alucinan estas cosas. Salí de Auckland el 4 de mayo por la mañana y aterrizaba el día 3 por la noche. Viví dos veces la noche de ese viernes, una durmiendo tranquilamente, la otra respondiendo a las inquisitivas preguntas del policía del aeropuerto, obstinado en que no entrara a EEUU.
Uno de los requisitos que te piden en casi todos los países
es disponer de un billete de vuelta o, en su defecto, salida del país en menos
de tres meses, que es el límite estándar de permanencia en modo turista. Es una
mierda burocrática más de este mundo de mierda que hemos creado, donde la
burocracia, además de inservible, te hace perder tiempo y dinero. Como no sabía
ni cuándo ni dónde me iba a ir de Hawaii volví a comprarme el billete más
barato disponible, destino Vancouver –Canadá-, para evitar problemas. Cancelar
o cambiar la fecha de ese vuelo me hubiera costado 70 dólares, una cifra
absolutamente ridícula si mis intenciones no son honestas.

Delante de mí había unas 50 personas en la cola de no residentes, fichando ante la ley, los dedos escaneados y fotografiados de frente y sin gafas. A una media de un minuto por trámite, una hora pasó hasta que llegó mi turno. El señor policía -estampa hawaiana del teniente Bigun- comprobó mi pasaporte y me pidió otro documento de identidad. Le di el DNI, mala decisión, porque en esa foto tengo cara de terrorista intelectual. Me pidió también el carnet de conducir, y alineó los tres documentos sobre su mesa. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Hawaii? Un mes. ¿Cuánto dinero llevas en dólares? 150. ¿150 dólares para un mes? Tengo las tarjetas de crédito. Enséñamelas. ¿Cuánto dinero tienes en ellas? No sé, suficiente. ¿Billete de salida? Lo tengo en el ordenador. Eso no me vale, lo quiero ver en un papel. Señor, he estado aislado en una granja en Nueva Zelanda, no tenía impresora, pero se lo puedo enseñar en mi pantalla. No me gusta, pero a ver. ¿A Canadá? ¿Qué vas a hacer allí? Lo mismo que los últimos 6 meses, estoy viajando por el mundo. ¿Tu solo? Sí. Eso es muy raro. Hay mucha gente que lo hace. ¿Y dónde te vas a alojar este mes? Las dos primeras noches en un hostel, luego no lo sé todavía.
Y ese fue el detalle que buscaba el teniente. En ese momento
tenía cinco documentos míos delante suyo físicamente, y la pantalla de mi ordenador
abierta en dos ventanas, una con el vuelo a Canadá y otra con la reserva del
hostel. Llamó a otro camarada uniformado y le contó la historieta haciendo
hincapié en que solo llevaba 150$ y solo tenía reserva para las dos siguientes
noches. Empezaron las preguntas a dos bandas sobre mi profesión, actividades
recientes, qué hacía en Nueva Zelanda, porqué me había ido de España, etcétera
etcétera etcétera. Nada de poli bueno poli malo, allí solo había dos mendas con
pistola preguntándome en estéreo y a discreción.
Cuando terminaron conmigo la cola se había terminado, solo
quedaba yo, y el teniente Bigun, por fin, decidió dejarme ir. Ya no se que más pedirte. Lo tienes todo.
Márchate.
Como me suele pasar a menudo ya no me pongo ni nervioso. Ahora
soy capaz de entender lo que me dicen. En Australia me llevaron directamente al
cuartito para interrogarme, y allá por el año 2004 no hablaba ni la mitad de
inglés, así que lo pasé un poco mal.
El hecho de ser español no ayuda nada. Mucha gente está
saliendo del país en busca de la oportunidad que se les niega en casa, y los
permisos de trabajo en el extranjero son muy difíciles de conseguir. En cuanto
ven la nacionalidad en el pasaporte salta la alarma. Españoles, italianos,
portugueses, griegos. Alarm! No he
conocido un solo alemán al que le hayan puesto el flexo en la cara.
No obstante, mi teoría más firme es que me paran por mi cara
de moro. Me toca demasiadas veces la china y ya me pasaba antes de la crisis. ¿Español este moro gafotas? No me cuadra.
Stop.