Angelus


Mi estancia en casa de Tony pasó sin novedades reseñables. Y es que lo que antes era tremenda novedad ya se ha convertido en algo corriente. Hacha, pico, pala, carretilla. Y fregar los platos, por supuesto, de eso no me libra ni San Pedro. Lo he hecho absolutamente en todas las casas en las que he estado. Si me viera mi madre. El cachondo de Tony me dijo en la primera cena “en esta casa solo hay una regla: el que cocina no friega”. Debía ser una regla interpretable al gusto, porque he cocinado varios días y también me ha tocado fregar.
Como labor novedosa la de fumigar la jungla. Novedosa y tortuosa, porque es un bosque inmenso en el que los espinos se han hecho amos y señores del mundo vegetal y crecen por centenas alcanzando alturas de hasta tres metros. Y allí estaba yo, como un cazafantasma, con mi mochila de veneno en la espalda y mi pistola de aspersión en la mano, dispuesto a liquidar todo engendro espinoso que me encontrase.
Tardes de asueto al sol con vistas al mar, retomando mis estudios autodidactas del idioma deseado. Libro en una mano y boli en la otra voy ampliando la lista de vocabulario tanto en significado como en fonética. Lo difícil es acordarse después de la palabrita cuando tienes que emplearla en una frase. Mi cerebro no gira a la velocidad necesaria, y suelo encontrar dicha palabra al cabo de las horas, con suerte, porque en la mayoría de los casos solo la recuerdo cuando vuelvo a repasar las hojas.


Nelson Lakes

 

Siempre suelo ponerme un margen de días entre una casa y otra. Si me está gustando intentaré quedarme más tiempo, como me pasó en la escuela de surf. Si no me aporta gran cosa me busco un plan alternativo. Este era el caso, así que tiré de mi interminable lista de lugares pendientes de visitar y decidí hacerme otra rutita montañera.


El israelí con el que compartí cabaña en la Caples Track me dijo que la mejor ruta que había hecho en Nueva Zelanda era la Angelus Hut, en el Parque Nacional de los Lagos de Nelson. Me busqué un coche gratuito y volví a Christchurch a recogerlo, para entregarlo dos días después en Picton. Tiempo exacto para hacer esta excursión de dos días, situada justo en medio.
En el camino recogí a un londinense que estiraba el pulgar, empeñado como estoy en devolverle al mundo del autostopismo lo mismo que me ha dado. Me han recogido cinco veces y yo he recogido dos, de modo que aún tengo tres en el debe. Andrew, un tío majo, muy viajero y muy futbolero. Se había recorrido medio mundo mochila a la espalda, y me puso la cabeza como un globo con nuevos destinos, nuevos viajes y aventuras. Como si me hiciesen falta alicientes.
Dio la casualidad de que íbamos a hacer la misma ruta, así que nos la hicimos juntos, poniendo a parir a Fernando Torres, a Mourinho y repasando pasado y presente futbolísticos. Mientras tanto ascendíamos tranquilamente hasta la cuerda por la que discurre el camino, con vistas panorámicas en todas direcciones de principio a final. Este es el gran atractivo de la Robert Ridge Track, que siempre va por encima de la línea de vegetación, lo cual se agradece después de atravesar infinitos bosques neozelandeses en cada ruta que hago.
A nivel montaña la verdad es que Nueva Zelanda no me ha impresionado demasiado. Rutas muy bajas, muy planas, muy poco aventureras. Diseñadas para todos los públicos. La Angelus Hut se sale de este diseño manteniéndose siempre en las alturas, con la gran recompensa final de la llegada al refugio, situado entre lagos de alta montaña. Muy bonito. Me ha recordado mucho a los Picos de Europa, aunque aquellos me gustan más. En general la montaña española le da dos vueltas a la neozelandesa.


El retorno lo hice por mi cuenta porque Andrew quería subir al pico más alto de la zona, pero yo no tenía tiempo ya que debía devolver el coche esa misma tarde en Picton. Decidí tomar la ruta Speargrass, que baja por el valle, donde no me encontré una sola alma en las cuatro primeras horas. Y no me extraña. El camino desaparece veinte veces, va cambiando de un lado del río al otro y tienes que vadearlo a ciegas, atraviesa zonas pantanosas que hay que superar haciendo equilibrios sobre troncos hundidos en el barro, y al final es tu bota la que termina haciendo la función del tronco, con el lodo hasta la pantorrilla. Una gincana.
Tan largo y dificultoso fue que al llegar al parking me encontré de nuevo a Andrew, que había tomado el mismo camino del día anterior, y había llegado antes que yo. Nos dimos los teléfonos y los emails y quedamos en vernos otra vez en algún momento por el mundo.