Routeburn y Caples Track


¿Otra ruta? ¿En serio? ¡Pero si todas las montañas son iguales! Cuántas veces habré escuchado esta blasfemia. Castillos y catedrales, de acuerdo, visto uno vistos todos. Pero, ¿las montañas? Por favor. Incluso la misma montaña nunca es igual dos veces.
Más allá de cómo la vivas está el sentimiento de superación, el desafío que representa alcanzar lugares únicamente accesibles a través del esfuerzo personal. Llegar donde las carreteras no llegan, donde solo tus piernas pueden llevarte. No hay distinciones entre altos y bajos, entre ricos y pobres. Todos tienen que subir, paso a paso. Todos tienen que sudar. Todos tienen que sufrir la lluvia y el frío cuando se presenta un mal día. Sin esfuerzo no hay recompensa. Y cuando la recibes te sientes tan vivo, tan privilegiado de estar allí, de haberlo conseguido, de contemplar aquel pedacito privado del mundo desde el mismo centro de su corazón, que cualquier esfuerzo ha valido la pena.


Esa es la sensación que me lleva a volver, una y otra vez, a la misma montaña, los mismos ríos, los mismos lagos, en distintos lugares. Porque cuando descubro su existencia no puedo saber que están allí y no recorrerlos, no escalarlos, no atravesar ese trocito de naturaleza que solo sería un dibujo en un mapa si no lo explorase. Es una sensación de libertad y de aventura, de expectación, de levantarte cada día en tu refugio o tu tienda de campaña mirando al cielo esperando verlo azul, porque ese día vas a subir a la cima y necesitas llenarte los ojos y los sentidos con las vistas de una Naturaleza con mayúsculas. Y llegar a tu siguiente refugio y no dar crédito a dónde vas a pasar la noche, en esa cabaña a los pies de mil metros de roca vertical, entre un lago glaciar y un bosque lluvioso. Y sentirte tan privilegiado. Tan feliz. Tan recompensado.


Por supuesto entiendo al que no le ve ningún interés a esta actividad. Y al que la ve absurda y ridícula, y no lo haría ni por dinero. Pasas frío y calor, estás agotado, te duelen los pies, caminas durante horas y sudas a mares para después dormir en el suelo, sin una ducha, sin una bata, comiendo poco y mal.
Cuando salí de la Mckenzie Hut había niebla y estaba lloviendo, y así siguió durante las tres horas de marcha hasta Howden Hut. Allí pensaba comer bien y hacer un largo descanso porque me quedaban otras cuatro o cinco horas hasta Uppers Caples, con una buena subida de por medio. Pero llegué calado, por dentro y por fuera, porque el chubasquero no transpira y te hace sudar el doble. En el refugio no paraba de tiritar, así que comí rápidamente y volví a ponerme en marcha para entrar en calor. Ni diez minutos de descanso. Disfrutar y sufrir a partes iguales.
Cincuenta por ciento piernas, cincuenta por ciento cabeza. Ya puedes tener los gemelos de Roberto Carlos que, como la cabeza se empeñe en que no puedes, no vas a llegar. Yo soy un tipo tirillas tirando a matao, nunca tuve fondo ni especiales cualidades físicas. Me mueve la voluntad. La segunda etapa de la Routeburn Track fueron seis horas de camino más la hora y media extra de subida al Conical Hill, una dura trepada opcional con espectaculares vistas de 360 grados. Cuando por fin llegué a la McKenzie Hut ni siquiera estaba cansado. Dejé la mochila en la puerta y continué caminando por el sendero del lago hacia el camping, y desde ahí otro tramo hasta una roca gigante seccionada por el hielo. Podría haber seguido más, sin parar, había sido un día tan soberbio que lo habría empezado otra vez en ese mismo momento. 


En mi opinión la Routeburn le da tres vueltas a la Milford Track. Es una verdadera ruta de montaña, mientras que la Milford es una ruta entre bosque lluvioso con un paso de montaña entre dos valles. Además aquí puedes acampar, aunque también requiere reserva porque está muy solicitada y hay pocos espacios, y puedes recorrerla en el sentido que quieras y enlazarla con otras rutas. Para volver y hacerla semicircular yo tenía que elegir entre la Greenstone o la Caples Track. En su momento había preguntado en información de los Parques cual de las dos era mejor, y al final me decanté por la segunda.
El trocito de unión desde Routeburn es una maravilla, un bosque sensacional a orillas del lago Howden, sin gente, donde te puedes esperar elfos o duendes apareciendo de un momento a otro detrás de un árbol. Me dio por acordarme de Peter Jackson. Si en sus años mozos hizo estas caminatas seguramente lleva imaginando la Tierra Media tantos años que solo podía bordar las películas. Planta la cámara por ahí, ponle dos trenzas a un colega guapete, dale un arco y una flecha y ya tienes media peli. Nueva Zelanda es la Tierra Media, no es postproducción. Los bosques son así, los lagos son así, las montañas son así.


No me crucé una sola alma peregrina en cinco horas desde Howden hasta Uppers Caples. Ni una. Después de dos días por una de las rutas más concurridas de Nueva Zelanda, de repente estaba solo en la niebla. Otra sensación única. Coronar el collado tras una intensa subida y encontrarte llaneando en las alturas, en completo silencio. Si me paraba no se oía nada. No se veía nada. Llegué a la cabaña y no había nadie. Toda para mí, solo unas cuantas ovejas y un buen ejército de sandflies incluso dentro del refugio, pero más preocupadas de encontrar una salida que de abastecerse de fluidos humanos. No les hice caso y me dejaron en paz.
Al rato apareció un israelí. Es curioso la cantidad de jóvenes israelís que te encuentras viajando por este país. Tienen un servicio militar obligatorio de tres años para ellos y dos para ellas, y cuando terminan se van de viaje unos meses para escapar de la tensión y el estrés de recibir órdenes constantemente. No me da buena espina un país así. Después llegó una pareja de la República Checa, ella alta, delgada, rubia de ojos azules y él un doble perfecto de Tom Cruise. Cuando sonreía parecía recién salido del rodaje de Top Gun. ¿Dónde está Penélope, Tom? Allí estuvimos hablando los cuatro toda la tarde. El amigo Tom se quedó flipado cuando le dije que era español, primero porque no se había encontrado a ninguno más hasta entonces y después porque me hacía más bien natural de Colombia o de Siria. Colombia vale, pero ¿Siria? Que te jodan, Risky Business. A pesar de que había colchonetas de sobra Tom y su barbie prefirieron irse a dormir a su tienda de campaña, cerca del río, donde las sandflies solo descansan cuando les llega el turno a los mosquitos. Supongo que no les daría buen rollo pasar la noche entre un israelí y un sirio.

Yo me levanté con el sol aún durmiendo porque tenía 17 km por delante y el autobús se iba a las 12 del mediodía, con o sin mí, y había pagado 50$ por ocuparlo. Hay otro a las 4 de la tarde, pero yo era el único pasajero y me mandaron un mail diciendo que me cargaban doble precio si no se apuntaba nadie más. Tranquilito, que ya madrugo.
Así que caminé valle abajo entre las tinieblas del amanecer, sin ver una sola alma de nuevo hasta la Middles Hut. Desayuno, descansito, y ticket a la señora guarda de la zona, que no perdona. Los tickets de estos refugios son genéricos, los compras a 15$ y luego los usas en la ruta que quieras, siempre que esté fuera de las grandes. No hace falta reserva, llegas y te metes. Son rutas mucho menos transitadas y no suele haber problemas. La Caples Track mejoró en esta última parte, sobre todo cuando el sendero salía al medio del valle, pero discurre demasiado tiempo por el bosque a pie de ladera, lo que le quita encanto. Personalmente no la recomiendo. Después de la Routeburn te quedas como con Matrix Reloaded.

Llegué al parking a tiempo y el autobús nos devolvió a la civilización, circulando por la superlativa carretera que bordea el lago Wakatipu a la altura de Glenorchy, con uno de sus peculiares atascos neozelandeses. Allí detrás, en esas montañas nevadas hay una zona que se llama Paradise, donde el renombrado Peter Jackson situó cuatro -¡cuatro!- localizaciones de El Señor de los Anillos, entre ellas Isengard, la torre de Saruman. Sobran las palabras.