Banks Peninsula

Devolví mi coche semigratis en el aeropuerto de Christchurch y seguidamente recogí otro gratis, sin semi. De Toyota Rav4 a Toyota Corolla. En el primero tuve que pagar la gasolina, el segundo también la lleva incluida en el trato. Dispongo de 48 horas para trasladar el coche hasta el aeropuerto de Dunedin, 400 km al sur.

Me dirigí directamente a la península de Banks, en un día de sol espectacular. No tengo palabras para describir la impresión que me ha causado este lugar. Tendría que seguir hablando del mágico color del agua, de los contrastes entre el marillo, el verde y el azul, entre montañas, bosques y mar. No me llega el talento para más. Que venga Reverte. Que lo vea y que lo escriba él. Yo soy narrador audiovisual, lo mío son las imágenes. O lo era al menos. Hoy mis fotos me parecen una infame caricatura de la realidad.


A los dos minutos de pisar Akaroa ya sabía que me iba a quedar a dormir aquí. Mañana me pegaría la gran paliza de coche pero este pueblecito me atrapó desde el principio y tenía que quedarme. En un suspiro ya estaba pedaleando en una de las bicis del backpackers en dirección al faro, y después hacia el muelle desde donde unos chavales saltaban al agua. Qué fácil es a veces ser feliz. Dame un sitio alto desde donde saltar al mar y estaré como un cochino en un charco. Allí me pasé media mañana metido en el agua, escalera arriba y de cabeza hacia abajo una y otra vez, hasta que decidí volver a motorizarme y explorar la zona, que prometía posibilidades infinitas.

Si te gusta conducir ésta es una de esas carreteras para el deleite. Me recuerda a la carretera costera de la Tramontana, en Mallorca, totalmente aérea y con varias de salidas al mar. Mi bólido japonés devoraba las curvas con entusiasmo, camino de las bahías que se cuelan entre las montañas creando la forma de margarita que tiene esta península, como las islas palmera de Dubai, pero al natural. Exploré las tres del noreste, todas preciosas, pero si me tengo que quedar con una, sería Okains Bay. Y aquí sí que creo que hasta una injusta imagen puede valer más que un renglón lleno de adjetivos.



Con el ocaso llegué de vuelta a Akaroa, donde regresaban los barcos llenos de turistas de sus excursiones para bañarse con los delfines. Hay un montón de empresas que ofertan esta actividad, y no me extraña. Si yo fuera delfín también elegiría Banks para vivir, una península formada por las violentas erupciones de tres volcanes, de ahí su abrupta geografía en una costa este eminentemente plana.
Para salir de la península margarita decidí tomar la ruta del norte, sabedor de que hay un tramo de carretera –digamos- curiosa. Primero me hice caminando un sector del sendero costero de Pigeons Bay, un camino muy agradable, muy sencillo, diseñado para el disfrute. Y después era el turno de mi bólido nipón. Para llegar a Port Levy hay que recorrer una pista de gravilla que cuelga –literalmente- sobre la montaña. Son unos 12 km de máxima atención y extremo cuidado. No me vi en el trance de cruzarme con otro coche, lo cual habría sido bastante divertido porque ni siquiera mi pequeño turismo entraba en muchas curvas sin rozar la vegetación de los lados. Entonando el Aleluya llegué a Port Levy y desde allí todo fue asfalto hasta la salida a la carretera 1, dejando atrás la península Banks, uno de mis top 3 –sin ninguna duda- de Nueva Zelanda.