Milford Track

La deseada, la anhelada, la número uno. The finest walk in the world. La mejor ruta del mundo. Ese es su slogan. Así la venden en Nueva Zelanda.
Restringida a tan solo 40 personas cada día. 54 kilómetros en cuatro jornadas. Tres noches en los refugios del Parque, una noche y solo una y no menos de una en cada refugio. Prohibida la acampada y un solo sentido obligatorio.

Yo hice mi reserva en agosto y la primera fecha disponible era el 1 de febrero. Es la única de las grandes rutas que requiere tanta antelación. La alternativa es realizarla con un guía, alojándose en los tres antiguos refugios ahora reconvertidos en hostales de montaña, pagando más dinero, evidentemente, y llevando una lapa de guía al lado todo el rato. Si se quiere hacer de forma independiente hay que atenerse a las normas, reservar con mucho tiempo o tener mucha suerte.

Hay un guarda en cada refugio, y la primera noche te dan una charla con las normas del Parque, consejos de seguridad y uso de las instalaciones. La señora guarda más sosa del mundo hizo una pequeña encuesta sobre nacionalidades, con el resultado de unos treinta angloparlantes –entre neozelandeses, australianos, estadounidenses e ingleses-, tres tíos de Israel, tres de Taiwán, una pareja de alemanes, un señor japonés y yo.
El japonés me grapó desde el mismo momento en que dije Spain, contándome su Camino de Santiago del año pasado. También me contó que él no tenía reserva, pero que el día anterior estaba en el centro de información justo en el momento en el que se produjo una cancelación, y le adjudicaron la plaza. Un tío con suerte y todo un personaje, de esos que montan un tenderete alrededor de su cama, con cuerda de tender y bolsas por todas partes. Llevaba tantas cosas inservibles que después se tenía que levantar el primero para rehacer la mochila, despertando a todo el refugio con el ruido que metía. Yo le adelantaba varias veces cada día, y cada vez que nos cruzábamos me decía lo mismo: “¡Camino Santiago!”. Qué salao el nipón.

La llegada en el barco por el lago Te Anau es un prólogo soberbio. Solo con ver de lejos por dónde vas a caminar los próximos días ya te relames. La primera etapa es muy suave, un paseo de un par de horas por el bosque con el río al lado.
Los que tienen sus propios utensilios de cocina se preparan la cena caliente en los fogones de gas de los refugios. Eso y el agua corriente son las únicas facilidades que proporcionan, no hay cacerolas ni pucheros, ni un triste tenedor o cuchillo. Cada cual ha de llevar lo suyo. Después al saco de dormir extendido sobre las colchonetas de las literas, y hasta el día siguiente, cuando empieza la ruta de verdad.

Rainforest. Bosque lluvioso. Estamos en una de las zonas que registra más precipitaciones del mundo. Todo es verde, increíblemente verde, hasta los troncos y las rocas son verdes. El sendero circula por un valle flanqueado por gigantescas montañas, pero la vegetación es tan frondosa que no te permite verlas. Muy bonito, muy novedoso, pero con tanto verde y terreno llano ya estaba poniéndole el calificativo de sobrevalorado al finest walk of the world cuando por fin se terminaron los árboles y comenzó la sucesión de cascadas en caída vertical desde las alturas. Poco a poco nos estábamos adentrando en el fondo del Clinton Valley, donde esperaba la Mintaru Hut, la segunda cabaña, metida en lo más profundo de un gigantesco caldero de paredes de mil metros de altura.


Mientras estás en movimiento las famosas sandfly te dejan bastante tranquilo. El problema es cuando te paras, especialmente en los refugios. Hay veces que te vas a poner las botas sentado en un banco del porche y de repente te encuentras cincuenta de estos pequeños bichos alados orbitándote. Ni hablar de comer fuera. Te devoran. Mi repelente era bastante cutre, baratillo y basado en ingredientes naturales, pero la verdad es que a mí no me picaron prácticamente. Me acosaban como a todo el mundo pero no sufrí su sed de sangre en mis carnes. Había gente por ahí con las piernas como un Cristo de rodillas para abajo. El propio japonés las tenía como si hubiese pasado el sarampión tres veces seguidas. Me contó -con sus cuatro palabras de español y siete de inglés- que había estado en la isla Stewart y las sandfly le habían engullido las extremidades, a pesar del repelente. Son molestas, desde luego, pero ni de lejos son el infiernazo de Hornstrandir.


La predicción del tiempo es algo increíble en este país. La clavan con cinco días de antelación. Dijeron nubes en desarrollo hacia lluvia para el domingo, y yo rezaba todo lo que sabía para que se desarrollasen despacio, porque esa era la etapa clave, la que iba a dictar sentencia. El Mackinnon Pass es el paso de montaña que hay que superar para cruzar del Clinton al Arthur Valley. Si tienes un día bueno casi no das crédito a tus ojos. Es como una maqueta comprimida de valles y picos en colisión. Por fortuna las nubes eran altas y dejaban buena visibilidad, e incluso le conferían un aspecto aún más espectacular y misterioso al escenario. Una etapa a la altura de Fimmvörðuháls y la Faja de las Flores. Entre las más grandes, sin duda.



Dejé la mochila por ahí y me fui a explorar la zona. Hay un punto de vista que me recordaba constantemente a Machu Pichu, y eso que no he estado allí. Las keas volaban y graznaban a sus anchas, y al bajar me encontré una intentando zamparse mi mochila. Ya nos había advertido el guarda que metiésemos todas las cosas en las cabañas por la noche, porque estos pájaros se llevan las botas y a la mañana siguiente tienes un problema importante.

La bajada sigue ofreciendo tesoros, incluido el desvío hacia las Suntherland Falls, la cascada más alta de Nueva Zelanda y la quinta del mundo, cuyo sendero había sufrido un desprendimiento el pasado 27 de octubre y todavía estaba inaccesible, tamaño fue el pedrusco que se desplomó. Por suerte se produjo al mediodía, cuando la gente que venía del Mackinnon Pass aún no había tenido tiempo suficiente para llegar hasta allí y generar una tragedia. La lluvia -7.5 metros al año de media- hace estragos en el camino, destrozando puentes, amenazando los refugios y bloqueando el sendero con avalanchas, inundaciones y desprendimientos.

Cuando se descubrieron estas cascadas hace más de un siglo el gobierno quiso abrir una carretera a lo largo del valle para acceder a las Sutherland Falls, con sus consiguientes repercusiones económicas. Para ahorrarse la pasta decidieron destinar al trabajo a 45 presos, dejarles acampados en Sandfly Point a merced de los voraces mosquitos y motivarles con escasa comida y abundante lluvia y frío. En 18 meses habían construido un cuarto de milla de carretera. Alabada sea la avaricia de los políticos.

Y como predijeron los huesos, aquella noche se puso a llover, y no cesó un solo momento durante las seis horas de bosque lluvioso del último tramo, lo que hizo aparecer cascadas por todas partes. Las nubes se movían a diferentes alturas mostrando y ocultando a su antojo, cambiando completamente el paisaje conocido, excepto por el bosque lluvioso, que además de inmensamente verde, ahora también estaba inmensamente mojado. Los caudales habían crecido, el camino se convertía en río en algunos sectores y donde los primeros días había cauces secos ahora cruzabas torrentes con el agua por los tobillos. Caía de todas partes, desde todas las alturas, pero muy especialmente desde lo más alto, más allá de los mil metros, caídas de agua verticales en abanico. Las nubes circulaban a todas las alturas creando una atmósfera de misterio, un nuevo Milford Track.


Por muy waterproof que te pongas cuando llueve tantísimo no te salva ni San Pedro. Llegamos al punto final calados, pero ni con la tromba de agua se relajaban las moscas. Sandfly Point, qué menos que hacer gala de su nombre con un recibimiento multitudinario. Otro lugar destacado, y muy especialmente el pequeño viajecito en barco hasta el puerto de Milford Sound, una verdadera gozada entre aquellos poderosos monstruos de piedra que caen al mar en vertical, erigiéndose de nuevo unos cientos de metros más allá. Un pequeño aperitivo de lo que venía a continuación. El auténtico finest place in the world.